De: María Beatriz Muñoz Ruiz. España, Granada
El sol me deslumbraba a través del cristal, pero la calidez de aquel día me impedía dejar aquella ventana que para mí era el único vínculo con el exterior. Estoy acostumbrada a las miradas compasivas lanzadas de soslayo desde el exterior, pero nadie pregunta, nadie conoce la historia que esconde cada una de mis arrugas, entonces una sonrisa asoma a mis labios.
¿Se encuentra bien, Esther? – preguntó la enfermera cariñosamente.
Sí, querida, solo estaba recordando alguna de las pinceladas que han dibujado mi vida y que se desdibujarán cuando muera.
La joven enfermera cogió una silla y se sentó junto a mí. – No tiene por qué ser así, cualquier persona deja constancia de su paso por la vida, y por lo que la conozco estoy segura de que habrá dejado muchos corazones rotos en el camino.
Yo sonreí y miré a aquella joven que dedicaba su tiempo a escuchar a una anciana a la que ya nadie escuchaba.
Puede que tengas razón, puede que algo de mí perdure en mis hijos, pero la vida de ahora no es la vida que yo viví. La juventud siente lastima de nosotros, pero son ellos los que están perdidos. Cuando era pequeña jugaba en la calle con mis amigas, leía hermosas aventuras e imaginaba historias increíbles con las muñecas. Mis hijos se criaron con un móvil en la mano, incluso les parecía ridículo poner voces a los muñecos y un gasto de energía innecesario jugar a juegos que no tuvieran nada que ver con la tecnología. Viví la emoción de recibir correspondencia en verano de mis amigas, de jugar hasta tarde, y enamorarme por primera vez.
Antes teníamos que decirnos las cosas a la cara, ahora la gente se cree muy valiente soltando por wasap lo primero que se le viene a la cabeza, y es una pena, porque antes sabías que había llegado el momento de dejar de soltar estupideces cuando veías los ojos vidriosos o entristecidos de la persona que tenías frente a ti.
Cuando necesitabas el abrazo de una amiga, quedabas y le contabas tus problemas, ahora, estás contando tus problemas y tu amiga está contestando a tu wasap mientras se pinta las uñas o ve una de sus series favoritas.
Es cierto, Esther, cada día nos parecemos más a los robot – observó Ana, mirando su propio móvil guardado en el bolsillo- pero es la vida que nos ha tocado vivir, quizás a nosotros no se nos recuerde cuando muramos, quizás solo queden nuestras fotos flotando en la red, atrapados eternamente en ese limbo eterno e inhumanizado.-
Ana y yo nos quedamos en silencio por unos momentos, y entonces mi risa rompió la tristeza que la había embargado a consecuencia de mis palabras.
He tenido una vida, pero mi percepción ha sido distinta. – Suspiré, captando la atención de mi joven oyente- Aún recuerdo a Paolo, el pintor italiano del que me enamoré en Roma, a Andrea, la única mujer a la que amé profundamente y que el destino me quitó…
¡Esther!, ¿estuvo con una mujer? – preguntó Ana sorprendida.
Sí, la mujer más maravillosa que jamás había conocido, era argentina, su pelo era rojo como el fuego y sus pecas le daban un aire infantil que correspondía con sus ganas de vivir. Sus locuras y su alegría, rápidamente me arrastraron como si fuera un huracán que jamás tuve opción de esquivar.
¿Y qué pasó?- preguntó Ana ansiosa por saber más.
Una enfermedad se la llevó, pero ella fue la que me enseñó a no temer a la muerte, a vivir intensamente el dia a dia sin pensar que habrá un mañana.
¿Y tus hijos?- preguntó Ana, sin atreverse a especificar demasiado por si me ofendía.
Mis mellizos son de un hombre maravilloso al que conocí en un concierto y al que jamás volví a ver- reí abiertamente al observar la expresión de Ana.
¿No sabe que tiene hijos?- preguntó Ana.
No, nunca lo volví a ver, pero era el hombre mas atractivo, espectacular y con el culo más sexi de todo el concierto.
Mi comentario hizo que ambas riéramos abiertamente.
Eres increíble, Esther, te envidio, ahora entiendo mejor tu mirada y la sonrisa pícara que a veces asoma a tu rostro.
Ana, cada uno elige la vida que quiere vivir, el mundo gira incesantemente y nunca se detiene, la vida puede ser muy dura, pero las decisiones las tomamos nosotros - dije cogiéndole la mano.
Las dos nos miramos y aquel día supe que había cambiado una vida, la mirada de Ana cambio como si una ventana se hubiera abierto en su interior.
Me gustó mucho. Lo leí de un tirón. Hay algo que no me gusta pero lo demás fue ameno.